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Libro de las Lamentaciones

Lamentations1

Datos básicos
Autor Jeremías de Anatot
Lugar Jerusalén
Idioma Hebreo
Abreviatura Lam.
Números
Capítulos 5
Versículos 154
Nombre
Más datos
Testamento Antiguo Testamento
Sección Proféticos
'Número de libro 4

El Libro de las Lamentaciones, atribuido a Jeremías, es un documento del Antiguo Testamento de la Biblia, y también del Tanaj. La Biblia cristiana lo ubica en las series de Libros proféticos, entre Jeremías y Ezequiel en las Biblias protestantes, y entre Jeremías y Baruc, en las ediciones católicas y ortodoxas.

Nombre y ubicación[]

El Tanaj hebreo ubica este libro en los Ketuvim ("escritos"). Sin embargo, las versiones griega y latina las colocan a continuación de Jeremías, a quien se atribuye su composición. El nombre hebreo del libro es ekah. Más tarde, la literatura rabínica lo llamó qinot, que los LXX tradujeron como Trenos y la Vulgata por "Lamentaciones".

Autor[]

Tanto la tradición judía como la cristiana atribuyen el libro a la pluma de Jeremías, apoyando sus afirmaciones en el hecho de que el contenido de los poemas corresponden a la época en que vivió el profeta. En la Septuaginta y en la versión de Torres Amat se relata que fue éste profeta quien pronunció esas palabras al contemplar a Jerusalén devastada:

"Después que Israel fue llevado cautivo y quedo Jerusalén desierta, estaba sentado el profeta Jeremías llorando, y endechó sobre Jerusalén con la siguiente lamentación, y suspirando con amargura de animo y dando alaridos.

Sin embargo, no hay prueba alguna de la autoría de Jeremías. El único indicio es una sola frase en 2 Crónicas: "Jeremías compuso una lamentación sobre Yosiyahu". A pesar de que en efecto el libro se escribió en forma inmediata a los hechos, es difícil certificar la atribución.

El primer problema es que Jeremías no parece un hombre inclinado a géneros tan complicados y difíciles como los poemas de lamentación; por otra parte, no formaba parte del partido proegipcio (el libro implora la ayuda del faraón), ni se alegró por la muerte de Sedecías (el libro la celebra), ni, por cierto, testimoniaría en contra de la verdad de las profecías (era él mismo un profeta).

Las teorías actuales sostienen que las Lamentaciones se escribieron en Jerusalén luego de la catástrofe de 587 a. C., pero no por la misma mano ni al mismo tiempo. Los autores verdaderos fueron obviamente judíos piadosos y versados en la Ley, y, con toda probabilidad, eran sacerdotes que conocían perfectamente el Libro de Jeremías. El capítulo 1 puede ser tan antiguo como de 597 a. C. Por lo tanto, es difícil que las manifestaciones del Talmud, los LXX y el Tárgum en el sentido de que Jeremías escribió el texto puedan mantenerse. Las tres fuentes no hacen en realidad nada más que repetir la atribución de 2 Crónicas 35:25. Seguir a la antigua fuente solucionaba el problema de atribución con autoridad bíblica pero hoy se sabe que no corresponde a la autoridad.

Época[]

Salvo el capítulo 1, las Lamentaciones fueron escritas en Jerusalén en fecha posterior a la caída de la ciudad en manos de los caldeos y deben haber servido para las ceremonias religiosas que persistieron en el templo luego del Exilio.

Como los textos se refieren al arrepentimiento por las desobediencias que causaron la catástrofe bélica, junto con el duelo de la ciudad y sus habitantes, los judíos las recitan en el gran ayuno que conmemora la destrucción del Segundo Gran Templo de Jerusalén a manos de los babilonios.

Contenido[]

El libro contiene cinco poemas de lamentación por la destrucción de Jerusalén tras haber caído en manos de Nabucodonosor II en 587 a. C. Las teorías actuales sostienen que las Lamentaciones se escribieron en Jerusalén luego de la catástrofe de 587a. C., pero no por la misma mano ni al mismo tiempo. Evocan, por tanto, la destrucción de Judá y el horror del sitio de la ciudad.

  • Primera lamentación: El poeta llora la catástrofe y, personificando a la ciudad como alegoría, ambos reconocen el pecado del pueblo que causara la dura caída.
  • Segunda lamentación: Se conduele del castigo tan severo que Yavé envía a los judíos y exige a la ciudad que haga penitencia.
  • Tercera lamentación: Equipara su propio sufrimiento con el del resto de la ciudad y anhela para sí los perdones de la divinidad.
  • Cuarta lamentación: Nueva lamentación por la catástrofe y el abandono en que se encuentra la ciudad.
  • Quinta lamentación: Es un fuerte grito que pide ayuda y una lamentación de todo el pueblo que imploran la ayuda de Yavé. La Vulgata latina la titula "Oración del profeta Jeremías".

Características particulares[]

Las cinco endechas o elegías son independientes unas de otras y presentan características distintas. La tercera es una lamentación individual; la quinta una colectiva y la primera, segunda y cuarta constituyen oraciones fúnebres. Las cuatro primeras configuran cantos alfabéticos en los cuales cada verso comienza con una letra hebrea distinta. Sin embargo, el orden alfabético de la lamentación primera es totalmente distinto de los de la segunda, tercera y cuarta.[1]

Tema[]

Lamentaciones combina elementos de la qinah, un canto fúnebre por la pérdida de la ciudad, y el "lamento comunal" abogando por la restauración de su pueblo. Esto refleja el punto de vista de la literatura sumeria de mil años atras, en que la destrucción de la ciudad santa sería un castigo de su dios por los pecados de su pueblo.

A partir de la realidad de los desastres, Lamentaciones concluye con la amarga posibilidad de que Dios pudo haber finalmente rechazado a Israel; de hecho, Dios es responsable del desastre. El poeta reconoce que este sufrimiento es un castigo justo y la esperanza surge de un recuerdo del pasado, de la bondad de Dios.[2]

Autenticidad[]

La introducción a las Lamentaciones en los Setenta y otras versiones ilumina sobre la ocasión histórica de su producción y sobre el autor: ""Y sucedió, después de deportado Israel y Jerusalén devastada, que el profeta Jeremías se sentó a llorar; entonó esta lamentación sobre Jerusalén, y dijo...". La inscripción no fue escrita por el autor de las Lamentaciones, siendo una prueba de esto que no pertenece a la forma alfabética de las elegías. Expresa, sin embargo, brevemente, la tradición de tiempos antiguos que es también confirmada tanto por el Tárgum como por el Talmud.

Para un hombre como Jeremías, el día en que Jerusalén se convirtió en un montón de ruinas fue no sólo una desgracia nacional, como lo fue el día de la caída de Troya para el troyano, o el de la destrucción de Cartago para el cartaginés, fue también un día de vacío religioso.

Pues, en un sentido religioso, Jerusalén tenía una importancia peculiar en la historia de la salvación, como escabel de Yavé y como escenario de la revelación de Dios y del Mesías. Por consiguiente, el dolor de Jeremías era personal, no meramente una emoción de simpatía con el dolor de los demás, pues había buscado evitar el desastre mediante sus labores como profeta por las calles de la ciudad. Todas las fibras de su corazón estaban adheridas a Jerusalén; ahora estaba aniquilado y desolado.

Así Jeremías, más que ningún otro hombre estaba claramente llamado, puede decirse, conducido por una fuerza interior, a lamentar la ciudad arruinada como cantor fúnebre del gran periodo penitencial del Antiguo Testamento. Ya estaba preparado con su lamento por la muerte del rey Josías (2 Crón. 35, 25) y con los cantos elegíacos en el libro de sus profecías (cf. 13, 20-27, lamento sobre Jerusalén).

La falta de variedad en las formas verbales y en la construcción de las frases, que, se pretende, no concuerda con el carácter del estilo de Jeremías, puede explicarse como una peculiaridad poética de este poético libro. Descripciones tales como las de 1, 13-15, o 4, 10, parecen señalar a un testigo presencial de la catástrofe, y la impresión literaria del conjunto recuerda continuamente a Jeremías. A esto conduce el tono elegíaco de las Lamentaciones, que sólo se interrumpe ocasionalmente por tonos intermedios de esperanza; las quejas contra los falsos profetas y contra los que se afanan tras el favor de las naciones extranjeras; las concordancias verbales con el Libro de la Profecía de Jeremías; finalmente la predilección por cerrar una serie de pensamientos con una cálida plegaria del corazón (cf. 3, 19-21, 64-66), y el capítulo 5, que, como el Salmo Miserere de Jeremías, constituye un final a las cinco lamentaciones.

El hecho de que en la Biblia hebrea el Kînoth fuera quitado, como obra poética, de la colección de libros proféticos y colocado entre los Kethúhîm, o Hagiographa, no puede citarse como argumento decisivo contra su origen jeremíaco, como el testimonio de los Setenta, el testigo más importante en el foro de la crítica bíblica, debe en otros cien casos corregir la decisión de la Masora.Además, la introducción de los Setenta parece presuponer un original hebreo.

Forma técnica[]

En las cuatro primeras lamentaciones se utiliza la medida Kînah en la construcción de las líneas. En esta medida cada línea se divide en dos partes desiguales que tienen respectivamente tres y dos acentos, como por ejemplo en las tres primeras líneas introductorias del libro.

En todas las elegías la construcción de los versos sigue un orden alfabético. La primera, segunda, cuarta y quinta lamentaciones están compuestas de veintidós versos cada una, que corresponden al número de letras del alfabeto hebreo; la tercera lamentación está formada por tres veces veintidós versos. En la primera, segunda y cuarta elegías cada verso comienza con una letra del alfabeto hebreo, las letras siguiendo en orden, el primer verso empieza con Aleph, el segundo con Beth, etc.; en la tercera elegía cada cuarto verso comienza con una letra del alfabeto en el debido orden.

Así, con algunas excepciones y cambios (Pê, la decimoséptima, precede a Ayin la decimosexta letra), se forma el alfabeto hebreo con las letras iniciales de los versos separados. Cuán fácilmente este método alfabético puede estorbar el espíritu y lógica de un poema se muestra claramente en la tercera lamentación, que, aparte, tuvo probablemente en un principio la misma estructura que las demás, una letra inicial diferente en cada uno de los versos originales; no fue sino más tarde cuando un autor menos cuidadoso desarrolló cada verso en tres por medio de ideas tomadas de Job y otros autores.

Respecto a la estructura de la estrofa, es seguro que el principio seguido en algunos casos es el cambio de la persona del sujeto que habla o al que se dirige. La primera elegía está dividida en un lamento sobre Sión en tercera persona (versículos 1-11), y un lamento de Sión sobre sí misma (versículos 12-22).

En la primera estrofa Sión es el objeto, en la segunda, una estrofa de igual longitud, el sujeto de la elegía. En 11c, según los Setenta, debería usarse la tercera persona.

En la segunda elegía, también, la intención parece ser, con el cambio de estrofa, cambiar de la tercera persona a la segunda, y de la segunda a la primera persona. En los versículos 1-8 hay veinticuatro elementos en tercera persona; en 13-19 veintiuna en segunda persona, mientras que en 20-22, una estrofa en primera persona, la lamentación acaba en un monólogo.

En la tercera lamentación, también, el discurso de un solo sujeto en primera persona alterna con los parlamentos de varias personas representadas por un “nosotros” y con coloquio; los versículos 40-47 se distinguen claramente por su sujeto “nosotros” de la estrofa precedente, en la que el sujeto es un individuo, y de la siguiente estrofa en primera persona del singular en los versículos 48-54, mientras que los versículos 55-66 representan un coloquio con Yavé.

La teoría del autor, de que en la estructura de la poesía hebrea la alternancia de personas y sujetos es un principio fijo en la construcción de las estrofas, encuentra en las Lamentaciones su más contundente confirmación. En la estructura de las cinco elegías consideradas en conjunto, Zenner ha demostrado que ascienden en una progresión continua y exactamente medida hasta un clímax. En la primera elegía hay dos monólogos de dos diferentes personajes. En la segunda elegía el monólogo se desarrolla en un animado diálogo. En la tercera y cuarta elegías el grito de lamentación es aún más fuerte, conforme se unen más al lamento, y la voz solitaria se ha visto reemplazada por un coro de voces. En la quinta lamentación se añade un tercer coro.

La crítica literaria encuentra en la construcción dramática del libro un fuerte argumento para la unidad literaria de las Lamentaciones.

Uso litúrgico[]

Las Lamentaciones han recibido una peculiar distinción en la Liturgia de la Iglesia en el Oficio de la Semana Santa. Si el propio Cristo denominó su muerte como la destrucción de un templo, "hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2, 19-21), entonces la Iglesia tiene derecho seguramente a expresar su dolor por su muerte en las Lamentaciones que se cantaron sobre las ruinas del templo destruido por los pecados de la nación.[3]

Referencias[]

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