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Libro de Jeremías

Jeremias dictando

Datos básicos
Autor Jeremías de Anatot
Lugar Jerusalén
Idioma Hebreo y arameo
Abreviatura Jer.
Números
Capítulos 52
Nombre
Más datos
Testamento Antiguo Testamento
Sección Proféticos
'Número de libro 2

El Libro de Jeremías es el segundo libro profético de la Biblia. Forma parte del Antiguo Testamento y del Tanaj judío y es considerado, junto con Isaías, Ezequiel y Daniel, uno de los cuatro Profetas Mayores. Jeremías con frecuencia usa acciones figurativas para comunicar su mensaje, tales como romper un tarro de barro para mostrar cómo Dios destruirá Jerusalén.

Autor y época[]

Jeremías nació en Anatot alrededor del 650 a. C. Prácticamente no profetizó fuera de Jerusalén y lo hizo en el período comprendido entre 628 a. C. y 580 a. C., es decir, entre sus 22 y 70 años de edad. Pasó, por lo tanto, casi toda su vida adulta profetizando en su ciudad. Fue testigo de los reinados de Josías, Joaquín y Sedecías.

Fue coetáneo de otros profetas: Nahum, Habacuc y Sofonías. Parece haber intentado amalgamar las experiencias particulares de estos tres junto con la suya propia: en un solo gran texto, que abarcara el período completo. Donde los otros profetas tienen presencia parcial, Jeremías es una figura casi total. Escribe sobre asuntos de su época y su sociedad.

Contexto histórico[]

El poder caldeo[]

Por el tiempo en que vivió, Jeremías asistió a las tribulaciones de las últimas décadas de existencia del reino de Judá. Cien años antes, el rey Ezequías había sabido aprovechar y comprender las enseñanzas del profeta Isaías. Al morir el rey en 687 a. C., sus sucesores Manasés y Amón, doblegados por sus problemas políticos y diplomáticos, se vieron forzados a olvidar a Isaías, aceptando tratados perjudiciales para su pueblo y permitiendo incluso la idolatría en el interior del Templo de Jerusalén.

Los asirios habían conquistado Egipto en 663 a. C., y los reyes hebreos debieron cobijarse bajo las alas de esta nueva potencia que crecía en la región. Pero para el tiempo en que nació Jeremías los egipcios eran libres de nuevo. A la muerte de Asurbanipal, el gobernador asirio de Caldea, Nabopolassar, se autoproclamó rey y fundó el imperio caldeo sobre una nueva Babilonia. Aliado con medos y escitas atacó a los asirios y les propinó una resonante derrota, destruyendo la capital Nínive en 612 a. C.

Los egipcios, temerosos de esta nueva amenaza, se aliaron con sus antiguos enemigos asirios para enfrentar a los caldeos, pero esta unión fue infructuosa. Nada podía detener al rey de Babilonia: Asur cayó en 614 a. C.,seguida por la capital dos años después y por Harrán, última ciudad asiria que resistía, en 610. Los asirios fueron borrados de la faz de la tierra en la victoria caldea de Batalla de Karkemish en 605 a. C.

Babilonia era ahora la nueva dueña de Mesopotamia y también aspiraba a serlo del Levante, región que controlaba el acceso al Mar Mediterráneo. Debido a esta circunstancia, los egipcios intentarán negociar con los caldeos, y todos los pequeños estados del Asia Anterior (como Israel y Judá) se encontrarán una vez más en la incómoda situación de estados "tapones" entre las dos esferas enfrentadas.

Intentando buscar una salida a la disyuntiva, muchos judíos de Jerusalén se volverían en favor del faraón y organizarían un muy fuerte y disciplinado partido proegipcio. En estas circunstancias, y caídos los asirios bajo la espada caldea, murió el rey de Judá, y el nuevo soberano sería Josías, un niño de apenas ocho años de edad. Pío y religioso, Josías gobernó durante tres décadas y reconvirtió el estado y la religión a la más pura religión yahvista que había sido casi olvidada. Para ello debió rodearse de colaboradores competentes y respetados, que lo ayudaran en su cometido: Sofonías, la profetisa Hulda y, a partir de 628 a. C., Jeremías.

Drama en el Pueblo del Pacto[]

Ferviente religioso desde 631 a. C., la emancipación política y religiosa del rey se concretó en 627 a. C. La caída de Nínive pareció una gracia del Señor hacia Su pueblo, pero el faraón Neko II, intentando salvar a los asirios de la destrucción, invadió Israel y cruzó con un gran ejército todo el territorio judío para intentar auxiliarlos. Pero Josías no deseaba permitirlo: se opuso a los egipcios y los enfrentó en la batalla de Meggido, donde fue derrotado y asesinado en 609 a. C. La muerte del monarca descorazonó a todos aquellos que habían luchado por el retorno victorioso de Dios al Templo, lo que determinó más tarde que se abandonaran todos los planes de reforma religiosa y el retorno a los dos grandes males de Judá e Israel: la esperanza en las salidas supersticiosas y las alianzas oscilantes de uno a otro de los dos dominadores de la región.

Más de veinte años duraron las luchas intestinas entre judíos filoasirios y filoegipcios, y esta dicotomía desgarraría hasta las raíces mismas del pueblo judío. El rey siguiente, Joaquín, inaugura cuatro años de pleitesía hebrea hacia el faraón, pero el hijo de Nabopolassar, Nabucodonosor II, derrota a los egipcios y obliga a Joaquín a someterse como vasallo de Babilonia.

Los del partido egipcio, disconformes con el estado de cosas, fuerzan al rey hebreo a rebelarse, lo que determina una invasión caldea en toda regla contra Judá e Israel, uno de cuyos episodios se relata con lujo de detalles en el Libro de Judit. Jerusalén cayó definitivamente en manos de Nabucodonosor en 586 a. C. y el rey junto con los más señalados de los judíos son deportados al país del conquistador en lo que se conoce como Exilio en Babilonia.

A partir de allí, los reyes judíos no serán más que marionetas colocadas en el trono por el jefe caldeo, obligados a actuar como se les dice y asesinados sin miramientos a la menor sospecha de desobediencia.

Contexto religioso[]

La religión hebrea se estaba corrompiendo desde tiempos del rey Manasés: se adoraba al dios Baal en las cimas de las colinas, las prostitutas sagradas recibían a sus clientes en el Templo y los sacrificios de bebés y niños en honor a los dioses paganos era un espantoso ritual casi diario.

Josías derribó las estatuas de Istar, reina de los cielos, y de Marduk, señor de los dioses, y reprimió severamente la nigromancia y la magia. Se cree que Jeremías tomó parte importante en este retorno a las fuentes yahvistas. Pero la llegada al trono de Joaquín precipitó un nuevo auge del paganismo, como el propio profeta registra en Jer. 44:17-18, acusando como responsables a las clases dirigentes en 5:4-31 con duros y severísimos epítetos.

Contenido[]

En el libro se suceden las narraciones y los oráculos proféticos. Muchos de ellos son autobiográficos y están relatados por el mismo profeta en primera persona. Se ordenan de la siguiente manera:

  1. Introducción: narra la vocación y el planteamiento de la misión del profeta.
  2. Amenazas proféticas contra Judá.
  3. Profecías y discursos para Judá, mezclados con narraciones y fragmentos en primera persona.
  4. Profecías mesiánicas (Caps. 30-33).
  5. Autobiografía de Jeremías.
  6. Oráculos contra los extranjeros (46-51).
  7. Apéndice histórico.[1]

Crítica literaria[]

El testimonio del capítulo 36 lanza mucha luz sobre la producción y carácter genuino del libro; Jeremías es dirigido a escribir, bien personalmente o bien mediante su escriba Baruc, los discursos que había recibido en el cuarto año de Joaquim (604 a. C.). Para reforzar la impresión hecha por las profecías en conjunto, las predicciones individuales han de reunirse en un libro, conservando de ese modo la prueba documental de estos discursos hasta el momento en que los desastres amenazados en ellos se produzcan efectivamente.

Esta primera recensión auténtica de las profecías forma la base del libro de Jeremías. Según una norma de transmisión literaria a la que están también sujetos los libros de la Biblia, la primera transcripción se amplió por diversas inserciones y adiciones de la pluma de Baruc o de un profeta posterior. Los intentos de los comentaristas de separar estas adiciones secundarias y terciarias en los diversos casos de la materia original jeremíaca no siempre han conducido a pruebas tan convincentes como en el capítulo 52. Este capítulo debe considerarse como una añadidura del periodo post-jeremíaco basado en 2 Reyes 24,18 - 25,30, debido a la afirmación con que acaba el capítulo 51: "Hasta aquí las palabras de Jeremías".

La crítica literaria prudente está obligada a observar el principio de ordenación cronológica que es perceptible en la composición actual del libro, no obstante las añadiduras:

  • Los capítulos 1-6 pertenecen aparentemente al reinado del rey Josías (cf. la fecha en 3, 6)
  • Los capítulos 7-20 pertenecen, al menos mayoritariamente, al reinado de Joaquim.
  • Los capítulos 21-33 parcialmente al reinado de Sedecías (cf. 21,1; 27,1; 28,1; 32,1), aunque otras partes se asignan expresamente al reinado de otros reyes.
  • Los capítulos 34-39 pertenecen al periodo del asedio de Jerusalén.
  • Los capítulos 40-45 pertenecen al periodo posterior a la destrucción de esa ciudad.

Por consiguiente, se ha debido considerar la cronología en la ordenación del material. El análisis crítico moderno del libro distingue entre las partes narradas en primera persona, consideradas como directamente atribuibles a Jeremías, y aquellas partes que hablan de Jeremías en tercera persona. Según Scholz, el libro está ordenado en "décadas", y cada secuencia más amplia de pensamientos o serie de discursos se cierra con una canción u oración.

Es verdad que en el libro partes de carácter clásicamente perfectas y altamente poéticas se ven a menudo repentinamente seguidas por la prosa más vulgar, y asuntos tratados mediante el más escueto esbozo son sucedidos no raramente por detalles prolijos y monótonos. Después de lo que se ha dicho más arriba respecto del verso elegíaco, esta diferencia de estilo sólo puede utilizarse con la máxima precaución como criterio para la crítica literaria.

Del mismo modo, la investigación, más tarde muy popular,respecto a si un pasaje exhibe un espíritu jeremíaco o no, conduce a resultados subjetivos imprecisos. Desde que el descubrimiento (1904) de los textos de Assuán, que confirman destacadamente a Jer. 44,1, ha probado que el arameo, como el koiné (dialecto común) de la colonia judía en Egipto, se hablaba ya en los siglos V y VI a. C., las expresiones arameas del Libro no pueden ya citarse como prueba del origen tardío de tales pasajes.

También el acuerdo, verbal o conceptual, de textos de Jeremías con libros anteriores, quizá con el Deuteronomio, no es un argumento concluyente contra la autenticidad de estos pasajes, pues el profeta no reclama originalidad absoluta. No obstante la repetición de pasajes anteriores en Jeremías, los capítulos 1-51 son fundamentalmente originales, aunque se ha dudado mucho de su originalidad, porque en la serie de discursos que amenazan con el castigo a las naciones paganas, es imposible que no haya una profecía contra Babilonia, entonces el representante más poderoso del paganismo. Estos capítulos están, en realidad, llenos del espíritu de consuelo del Deutero-Isaías, de algún modo a la manera de Is. 47, pero no les falta, como es de suponer, carácter genuino, igual que el mismo espíritu de consuelo también inspira también los capítulos 30-33.[2]

Cuestiones textuales[]

Lo más difícil de comprender en el Libro de Jeremías es la increíble diferencia que existe entre el original hebreo y el texto griego. Por razones inexplicables, los LXX colocan la sección 6 a continuación de 25:13, y toda en diferente orden. El texto griego es mucho más breve (al menos en una octava parte) y en numerosas ocasiones omite versículos completos o trozos de ellos. A veces se salta grupos de varios versículos.

Se ha intentado explicar estos misterios por medio de una supuesta "negligencia" de los traductores. Sin embargo, la teoría más razonable es que los escribas disponían solamente de originales hebreos fragmentarios o deteriorados y obraron en consecuencia.

El libro no ha sido escrito por una sola mano ni de manera corrida: presenta interpolaciones, repeticiones, complementos y sobrecargas de textos que demuestran que ha sido confiado a una comunidad que no vaciló, años después, en agregar, cambiar o comentar el texto, convirtiendo la obra de un solo hombre en patrimonio tradicional de todo el pueblo.

El desorden es, en Jeremías, enorme: es una extraordinaria mezcla de biografías, autobiografía, oráculos, múltiples géneros literarios diferentes y estilos muy diversos. Por último, sufre de una profunda falta de continuidad en la cronología.

Escribas y forma de composición[]

La tradición expresa que Jeremías dictó sus profecías a Baruc o que este recogió las enseñanzas de su maestro ya fallecido. Sin embargo, las diferencias de estilo entre las secciones 2 y 3 y las divergencias entre el texto hebreo y el griego demuestran que las profecías de este libro no han sido escritas consecutivamente ni siguiendo un plan de trabajo.

Aspectos teológicos[]

La esencia del libro es el análisis de las relaciones entre Dios y el Hombre. La concepción de Jeremías se asemeja a la de Oseas, en el sentido de que Yavé es el esposo del pueblo mentiroso y traidor. A pesar de ello, lo ama tiernamente y hará todo por protegerlo y defenderlo, aunque también es muy capaz de castigarlo con durísima mano. Por lo tanto, para Jeremías los términos de la Alianza y la aplicación de la justicia divina no son más que aspectos del amor de Dios.

Jeremías se indigna por las injusticias que cometen los ricos y anuncia su pronto castigo (5:26-29), mostrándose desazonado porque la venganza de Dios tarda en llegar. Pero comprende que lo esencial es la Hesed que Yavé otorga a Judá: la "gracia" que describía Oseas, simbolizada a través del cumplimiento de la Ley. Pero es una Ley nueva: la Alianza antigua era solo del pueblo en su conjunto y Dios, mientras que los nuevos conceptos de este libro la internalizan y convierten en un acto de cumplimiento individual, de cada hombre por sí mismo, solo y aislado frente a su Dios. Esta nueva alianza individual e íntima (por oposición a colectiva y pública) deja de ser en realidad un Pacto, puesto que los hombres, de aquí en adelante, llevarán impresas las normas en su corazón y serán responsables de cumplirlas. Ya no hay excusas: Dios se ha asociado, uno por uno, con cada uno de los judíos.

Influencia[]

Jeremías debió ser un hombre extraordinario, y los expertos judíos siempre opinaron que su religión habría seguido caminos muy distintos sin él. Aunque, si se lo lee superficialmente, no parece haber hecho grandes aportes a la teología antigua, el traslado del concepto de pecado de la sociedad al individuo supone un avance religioso y humanístico radicalmente adelantado a su tiempo.

Hacia la mitad de su vida, Jeremías escribió que "la nación era incurable". Y hoy se entiende este concepto: la nación está compuesta de hombres, y si muchos de ellos están enfermos, el tejido social completo se corromperá.[1]

Influencia en el judaísmo[]

La influencia de Jeremías durante y después del exilio fue considerable en algunos círculos, y en tres libros adicionales, Baruc, Lamentaciones y de la Carta de Jeremías, que se le atribuye al judaísmo del Segundo Templo; en la Septuaginta que se interponen entre Jeremías y el libro de Ezequiel, pero sólo Lamentaciones está incluido en biblias judías o protestantes modernas. La Carta de Jeremías aparece en las biblias católicas como el capítulo 6 de Baruc.

Jeremías es mencionado por su nombre en Crónicas y el Libro de Esdras. Sus profecías del período persa posterior y de que el exilio babilónico duraría 70 años fue retomada y aplicada por el autor del libro de Daniel en el siglo II a. C.

Influencia en el Cristianismo[]

La comprensión de los primeros cristianos de que Jesús representaba un "nuevo pacto" se basa en Jeremías 31: 31-34, en el futuro, Israel se arrepentirá y dara a Dios la obediencia que exige. La imagen de Jesús como un profeta perseguido remite a los sufrimientos de Jeremías en los capítulos 37-44, así como a los "Cantos del Siervo Sufriente" en Isaías.

Jeremías y los deuteronomistas[]

Los deuteronomistas eran un movimiento que editó los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes en una historia más o menos unificado de Israel llamada Historia deuteronomista durante el exilio judío en Babilonia (siglo 6 a. C.). En general se acepta que los deuteronomistas jugaron un papel importante en la producción del libro de Jeremías; por ejemplo, hay un lenguaje claramente deuteronomista en el capítulo 25, en el que el profeta mira hacia atrás más de veinte y tres años de la profecía en letra muerta.

Desde la perspectiva deuteronomista el papel profético implicaba, más que nada, la preocupación por la Ley y el convenio a la manera de Moisés. En este contexto, Jeremías fue el último de una larga línea de profetas enviados a advertir a Israel de las consecuencias de la infidelidad a Dios; a diferencia de los deuteronomistas, para quien el llamado al arrepentimiento fue siempre central, Jeremías parece en algún momento de su carrera haber decidido que más intercesión era inútil, y que el destino de Israel estaba sellado.

Jeremías como un nuevo Moisés[]

La inscripción del libro afirma que Jeremías estuvo activo durante cuarenta años, desde el año trece de Josías (627 a. C.) hasta la caída de Jerusalén en el año 587. Se desprende de los últimos capítulos del libro, sin embargo, que él continuó hablando en Egipto después del asesinato de Gedalías, el gobernador designado de Judá, en 582.

Esto sugiere un punto teológico en el que Jeremías es comparado con Moisés. Moisés pasó cuarenta años llevando a Israel de la esclavitud en Egipto a la Tierra Prometida y, a los cuarenta años, Jeremías vio Israel exiliado de su tierra y, en última instancia, él es exiliado a Egipto.

Gestos proféticos[]

Los gestos proféticos era una forma de comunicación en la que un mensaje era entregado mediante la realización de acciones simbólicas. Estos eran a menudo extraño y violaba las normas culturales de la epoca. Sirvieron para que la audiencia hacieran preguntas y dar al profeta la oportunidad de explicar el significado del gesto. La siguiente es una lista no exhaustiva de gestos profeticos destacables que se encuentran en Jeremías:

  • Jeremías 13:1-11: El uso, el entierro y la recuperación de un cinturón de lino.
  • Jeremías 16:1-9: El rehuir de las costumbres que se esperan del matrimonio, luto, y la celebración general.
  • Jeremías 19:1-13: La adquisición de una jarra de arcilla para romperla delante de los líderes religiosos de Jerusalén.
  • Jeremías 27-28: El uso de un yugo de bueyes y su posterior rotura por un profeta falso, Ananías.
  • Jeremías 32: 6-15: La compra de un campo en Anatot por el precio de diecisiete siclos de plata.
  • Jeremías 35:1-19: La ofrenda de vino para los recabitas, una tribu conocida por vivir en tiendas de campaña que se niegan a beber vino. Esto se hizo en el Templo, que es una parte importante de la ruptura de las normas sociales.[3]

Referencias[]

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